sábado, 16 de diciembre de 2017

Levantó los brazos, deslizó su enagua de seda, la que delineó su figura.
La suavidad se deslizó por sus muslos.
Descalza, se dejó llevar por la música que sonaba, aparentemente, no muy lejos de ahí.
Abandonó su cuerpo para ser solo danza.
Inevitablemente, pensó en él. Lo invitaría a unirse a la melodía hasta dejarse atrapar.
Apenas lo percibía. No tenía rostro. Era un él, sin nombre. Un él, desconocido.
Era su ferviente deseo, de un él real, verdadero.

Él para ella y ella para él. Dos rotos en armonía.
Yo te huelo.
Huelo tus desvelos, tu mal humor, tu reencuentro.
Huelo tu búsqueda, tu mirar a otros ojos encontrando consuelo.
Huelo tus fastidios, tu sensación de hartazgo, tu no salida.
Huelo tu sonrisa cuando un destello de esperanza te acaricia.
Yo te huelo.
Huelo cuando sabes que nada es verdadero que lo eterno no existe como no existe el cielo.
Huelo tu despertar sin esperanza, tu andar con pesar, tu pausa con ganas de que todo cambie.
Huelo tu vuelo que afligido y cansado le cuesta remontar alto.
Huelo tus dedos que saben deslizarse, ahora, las trabas del destino los tienen anudados.
Yo te huelo.
Huelo tu sol que brilla en tu cuerpo.
Huelo tu pasión que con tu espíritu, son anhelo.
Huelo tu alma, ella es puro deseo.

Yo te huelo.
Ella caminó por el pasillo, como todos los miércoles, para encontrarse.
Él, usurpador de sueños clandestinos. Ella, amante de las historias con olor a caramelo. Los dos, adoradores de lo prohibido.
La magia los envolvía mientras sus cuerpos se desvanecían en caricias y descubrimientos. El sabor del otro los embriagaba. El más no bastaba. La piel, los besos, el susurro; los enloquecía.
Estallar y desarmarse para volverse a armar y estallarse.
Amor, amarse. Enamorarse.

Ella caminó por el pasillo, como todos los miércoles, para alejarse.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Hay noches donde la fantasía y el cuerpo son cómplices. 
Ellos te exploran, te anhelan, te tocan, te desean te inventan.
El alma se divierte, disfruta pero se esconde.
Ella quiere, primero ver tu rostro, saber quién sos; después sumergirse en tu mirada. Y, a lo mejor, dejarse volar hasta sentirse volada.
El cuerpo atravesado por la palabra.
El dolor al escribir.
El efecto afectado de la soledad.
El impulso agobiado por la incredulidad.
El juego engominado de querer flotar. 
El secreto escapado entre sílabas,sin poder frenar.
La vulnerabilidad protagonista, transpirando su incomodidad.
El llanto no tiene espacio.
La espontaneidad se refugió, no es su hora.
Lo incierto de lo nuevo pinta el espacio con líneas de brea.
El siempre lo mismo, a cada segundo.
El dulce impulso de querer ayudar, acompañar.
La vida entusiasta que quiere girar.
Y, el anhelo apasionado de querer encontrarte.
No sé dónde estás, pero te pido no te vayas sin decirme adónde vas. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Sortilegios. Escapes de luna llena. 
Derrames de deseos. Tentación. 
Besos bien dichos. Palabras que son dedos.
Contacto húmedo. Aspiración. 
Arder hasta desbocar el dominio. Sensibilidad extrema. 
Respiración. Resbalar entre enredos.
Introducción. Desenlace. Savia. Hechizo.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Muerte y Fantasía

Mi alma está hecha de luz y tinieblas. No sabe de brumas
Victoria Ocampo

Suplicó una señal. Encontró un hueco.
El silencio la atornillaba a sus pensamientos más oscuros, doblegando su voluntad a un sofá derruido. El trueno hizo temblar la estantería de las copas de cristal. Sucia. Patética. Postergada por ella misma. Razonaba lo acontecido, una y otra vez. Setecientas veces siete. Hasta que la distraían las voces de la calle o el ladrido del perro del vecino. La exasperaban. Solitariamente vagabunda en sus cuatro paredes.
Sin escapatoria.
Todo había comenzado un lunes feriado, a la tarde, la ciudad dormía la siesta. El gris del cielo desparramaba somnolencia. Ella caminaba, distraída, acumulando esperanzas. Estaba convencida de que algo sucedería que le cambiaría la vida, se lo había adivinado una gitana. En una esquina típica del centro porteño había un bar con sus mesas en la vereda. Lo vio, desde lejos, morocho, piel bronceada por sus antepasados, artista callejero. Envolvía a los transeúntes con su melodía. Tocaba el bandoneón. No le pegaba el instrumento con su imagen. Ella eligió la mesa más cerca para observarlo sin interrupciones. Pero, al poco tiempo, no pasó desapercibida su mirada elocuente, él se le acercó.
Le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
La tarde se oscureció con la noche, él se retiró de escena. Ella se encontró vacía. Pero no se desanimó. Sabía que era él quien llenaría sus páginas de palabras amorosas y su cama de sexo enternecedor. Debería volver a encontrarlo para confirmar lo que ya estaba escrito. Su historia de amor.
Domingo, mediodía de feria, los artesanos estaban armando sus puestos, para comenzar las ventas. Estampas de un día soleado. Ella, entrecruzaba miradas sin ver. Compró un jugo de naranja, hacía calor. Y, se sentó en el cordón de la vereda, sin saber qué hacer después. Un sonido, a lo lejos, la estremeció. Era él que se acercaba con su bandoneón. Se paró frente a ella.
Él le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
Con el tumulto de gente, él se fue sin que ella lo viera.
Ella quedó vacía, sin historia. Sin embargo convencida de que era él lo buscó por todos los rincones de la bendita metrópoli. Lo descubrió tocando en el andén de la terminal de ómnibus. Se acercó puso un billete en su gorra.
Él le regaló dos sonrisas y una flor de papel.
Falsificado. Falso. Encuadres. Caramelos encantados. Ilusiones prófugas. Acantilados propios. Azúcar. Enjambre. Malversación de emociones. Jugos. Distinción. Dimensión. Descarrilada. Enmarcada. Distorsionada. Enjaulada. Entibiada. Fría. Atravesada. Dulces acribillados.

El canasto estaba abierto, tenía unas frutas podridas, se las había olvidado.
Ruidos indecentes se filtraban por la ventana de la vecina del fondo. La mareaban. Quería descubrirse ahí, entre sábanas, con él. Enroscada en esa aventura escrita para ellos. ¿O, simplemente, escrita por ella?
En el departamento no había nadie. El olor traspasaba el pasillo. Entraron forzando la puerta, en la cama solo había cuatro sonrisas y dos flores.

Mátame, espléndido y sombrío amor, si ves perderse en mi alma la esperanza
Silvina Ocampo